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Guías Especiales - Cuentos
CUENTOS
EL CLUB

Eran cuatro amigos. Todas las mañanas se reunían a tomar café en un pequeño bar de vidrieras sucias de grasa y de tiempo. Las mesas y las sillas eran oscuras como oscuro era el dueño, un negro africano venido vaya a saber de que país.
Estaba Genaro el tano, controlador de colectivos de línea; Manolo el gallego, portero de un edificio cercano; Eduardo el flaco, empleado de comercio y Alcides un uruguayo levantador de quiniela.
Era un rito el que llevaban a cabo cada mañana. Café, comentarios sobre la actualidad, chanzas recíprocas y luego a sus ocupaciones, algunas legales y otras no.
Un día lluvioso el tano llego al bar blandiendo un periódico.
-¡Esto es lo que debemos hacer! Dijo con mucho énfasis.
-¿Qué es lo que debemos hacer? Dijeron los tres a coro.
-¡Esto,...esto! El tano señalaba una noticia del diario que desplegó en la mesa y por un instante estuvo al borde de derramar el café que contenían los pocillos.
-¡Cuidado tano! Le advirtió el flaco. ¡Qué hoy estoy con el saco nuevo!
-¡Nuevo con ese brillo en los codos! Retruco el gallego.
El asunto fue que el tano acaparó la atención de los amigos sobre una noticia que el periódico. publicaba. Ella se refería a la creación de un nuevo club.
-Eso está bien cuando son unas cuantas personas. ¡Pero nosotros somos cuatro! Dijo el uruguayo
-Tenemos amigos dijo el tano. Es cuestión de interesarlos.
-¿Pero un club para Qué? Preguntó el flaco.
-Social y deportivo. Para reunirnos, jugar a las cartas, ajedrez, practicar algún deporte, organizar bailes, fiestas, o para que son los clubes, Retruco el gallego. ¡Si hasta romerías podríamos organizar!
-¿Romerías? Preguntaron los tres a coro.
-¡Andá gallego! Si quieres romerías vuelvete a Galicia. Dijo el flaco.
El asunto es que, treinta días mas tarde en un local cedido gentilmente, reunieron catorce personas conocidas y en medio de discusiones, opiniones, argumentos y ponencias quedó fundado el club al que acordaron llamar “Los sudorosos del bajo” y cuya primer comisión directiva estaba integrada por los cuatro amigos.
El compromiso fundamental era reunir socios y no pasó mucho tiempo para llegar a tener más de cien, con una cuota social muy accesible a los pobres recursos que disponían.
En el primer año de su existencia organizaron algunos bailes, dos competencias deportivas en el barrio y concurrieron en ayuda personal de uno de los socios para reconstruir su casita que un incendio había destruido.
En una de las reuniones de la comisión directiva el gallego dijo:
-Esto así no funciona.
-¿Qué no funciona? Respondieron a coro.
-Un club sin edificio, sin sede social no es un club. Estamos aquí de prestado, no tenemos lugar donde organizar un baile lo tenemos que hacer en la calle, no tenemos un lugar donde jugar a las cartas. ¡No esto no funciona!
-¿Y que podemos hacer?
-Convocar a una asamblea y plantear la situación a los socios.
Así lo hicieron y una mañana de primavera se llevó a cabo. En la misma se decidió realizar una conscripción de socios para aumentar el caudal societario y una contribución extraordinaria para la adquisición de un local donde funcionaría la sede social.
Pasados sesenta días la comisión directiva se reunió para evaluar la marcha del proyecto.
-¡Así no lo lograremos nunca! Dijo el tano que, por supuesto, era el Presidente
-¡Es que la gente no tiene un duro! Replicó el gallego
-¡Recaudamos poco! Dijo el flaco.
-¡Puede haber otra forma! Dijo el uruguayo
-¿Otra forma? Se escuchó al unísono tres voces.
-Y claro dijo aquél. Tenemos algo de dinero producto de la recaudación, podemos cuadruplicarlo.
-¿Cómo? Preguntó el tano con alguna sospecha.
-¡Apostemos!
-¡Estás loco! Ese dinero no es nuestro, pertenece a los socios, podemos ir presos, dijo el flaco.
-¡Si lo perdemos estaremos cagados! Dijo el gallego.
-Yo tengo una fija para las carreras de caballos del domingo que no puede perder. El caballo se llama Rocinante es un tapado y puede pagar mucho en el gran premio.
-¡Válgame Dios, Rocinante como el jamelgo del Quijote! Dijo el gallego.
Estuvieron hasta altas horas de la noche deliberando y se tomó la decisión.
El domingo los cuatro fueron al hipódromo.
El gran premio lo ganó Rocinante y pagó un sport nunca visto.
El club hoy tiene su sede social, pero con otro nombre.
Se llama Club social y deportivo Rocinante


Esta historia ocurrió hace ya mucho tiempo. En la época en que, con esa inconsciencia propia de la despreocupación y falta de obligaciones tiene todo joven. Trabajaba yo en una sastrería la que también era tienda de artículos para hombres. El sastre era un hombre canoso, delgado y vivía solo en un cuartucho que los dueños de la tienda le cedían sin cargo. Era buen sastre.
Alguien lo bautizó, como en los pueblos acostumbran a hacerlo con todo desconocido que llega al lugar, le llamaban Pipiolo, palabra que hasta el día de hoy no le encuentro significado alguno y que en ningún diccionario de la Real Academia Española figura.
El asunto era que Pipiolo muy temprano, mate y termo en mano, se lo veía realizar los hilvanes, trabajar con la máquina de coser escuchando en una radio vieja, marcada por el tiempo, tangos de la época
Eso no tenía nada de raro, pero un día trajo al local una guitarra. Curioso me acerqué a él
-¡Tóquese algo don Pipiolo!
-¡Estoy templando!
Esto sucedió por lo menos tres veces, o el hombre realizaba un afinamiento profundo del instrumento, o no sabia tocar. Esa fue mi conclusión.
Esa conclusión. me llevó a comentar el asunto con mis amigos, muy dicharacheros y amigos de las bromas y chanzas, tan inconscientes como yo lo era. Entonces ellos hicieron lo mismo. Sin motivo alguno se acercaban al local y le decían.
-¡Tóquese algo don Pipiolo!
-¡Estoy afinando!
-¡Un tanguito don Pipiolo!
-¡Estoy templando!
Transcurrieron algunos meses hasta que el tiempo hizo justicia, olvidaron la chanza. Por mi parte mudé de empleo y me olvidé de Pipiolo.
Un día veo venir un cortejo fúnebre por la calle principal. Al frente venía una carroza con coronas de flores y una en particular que me llamó la atención que tenía forma de guitarra.
-¿Quién murió? Pregunté.
-Pipiolo me dijeron.
Reparé que la carroza que contenía el féretro decía Alberto De Martino Q.E.P.D. ese día supe cual era su verdadero nombre.
Transcurridos los años visitando un mercado de pulgas estaba interesado en una vitrola antigua y una colección de discos de pasta de setenta y ocho R.P.M cuando Reparé en un disco, en él decía
“La Cachimba” – Tango – interprete Alberto De Martino
¡Sí sabia tocar la guitarra!


EL PESCADOR
Ese día se les ocurrió ir a pescar a los médanos.
-Yo no tengo equipo, dijo Ignacio.
-¡No importa!, Lo vemos al gordo que seguramente te prestará uno, respondió Facundo.
-¡Nosotras también vamos¡ Dijeron a coro las dos mujeres.
El Gordo, al verlos llegar se le ocurrió.
¡Ahora si, ya están iguales, dos a dos, sino las mujeres corrían con ventaja!, Y era Facundo el que pagaba las consecuencias.
Riéndose de la salida del Gordo que gustosamente prestó su equipo de pesca, fueron hacia el Sur, los cinco en el jeep, ya que el gordo se adicionó a la excursión, sorteando médanos, arroyos, algunas gaviotas y avutardas que sobrevolaban o se estacionaban en la playa. Pararon cuando divisaron un pingüino que, empetrolado, apenas podía caminar. Las mujeres lo bañaron y limpiaron con agua dulce que llevaban en un bidón y luego, gozoso, lo vieron entrar nuevamente al mar, zambulléndose bajo las olas.
En el mismo lugar que, el pingüino entrara al mar, se quedaron a pescar. Facundo lo hacia con ayuda de Aldana e Ignacio con la de Inacayal,
-¡Ignacio, ayúdame!.
Ignacio corrió presuroso al ver que la caña de Facundo se había doblado hasta casi tocar su punta con el suelo arenoso. Ambos tomaron la caña y con gran esfuerzo efectuaron varios cañazos y la pieza cedió un poco, luego comenzaron a recoger a golpes de caña y en varios momentos estuvieron a punto de perder los aparejos.
-¿Qué es, una ballena? Dijo Ignacio.
-¡Tiburón, y grande! Respondió Facundo
Facundo con el agua a la cintura entró para engancharlo con un bichero. Aldana le gritaba.
-¡Ten cuidado!
-¡Sí, cuidado! Como un eco el gordo advertía.
Ya en la playa, luego del gran esfuerzo, vieron que la pieza era un tiburón Escalandrùn de aproximadamente dos metros de largo.
¡Eh! Pavada de bicho, ¡Te desvirgaste, Facundo!, Ahora si que podes decir que son un pescador, dijo el gordo
Siguieron pescando un tiempo más
El gordo tenía una mala costumbre. Cuando estaba de pesca y sentía necesidades imperiosas, acostumbraba a entrar en el agua hasta la cintura, bajarse los pantalones de baño y hacer en el mar sus cosas. Eso ocurrió, cuando se escucho un alarido de dolor, seguido de un insulto.
-¡Ayyyyyy!.....¡¡La reputa madre que lo parió!!
Facundo e Ignacio corrieron presurosos, temiendo lo peor.
-¿Qué pasa? Preguntaron al unísono.
-¡Una aguaviva, una aguaviva..!
-¡¡Donde!!
-¡¡Acá en mi pene!!
Una medusa de grandes proporciones se había prendido de los genitales del Gordo, quien trataba de sacarla echando agua y arena, hasta que lo logró.
Facundo e Ignacio no paraban de reirse a mandíbula batiente.
-¡No-se rían boludos, que esto arde mucho!
Más risas.
-¡Che, no le digan a las mujeres!
Ignacio se descompuso de la risa.
Volvieron donde las mujeres, el gordo caminaba como un autómata con las piernas abiertas.
-¿Qué pasó? Preguntó Aldana
-Nada, nada. Respondió el gordo
Cruzaron y ataron el tiburón sobre el capot del jeep y volvieron cantando.
Al llegar al club de pesca hicieron sonar insistentemente la bocina.
Dejaron el tiburón y el Gordo, caminando como un robot, lo colgó de un gancho, justo a la entrada al club, con un letrero que mencionaba el afortunado que lo había pescado.
Ese día le cambiaron el seudónimo.
No fue más el gordo, ahora le llaman “El ardoroso”

Esta historia ocurre en dos pueblos muy cercanos. Uno era el pueblo cabecera del Partido y estaba ubicado en la costa del mar Atlántico. El otro era un pueblo mediterráneo.
Los habitantes del pueblo costero eran orgullosos de su condición, la de ser cabecera y vivir frente al mar, en cambio los del mediterráneo. lo eran por dedicarse a la producción agrícola.
Además los costeros se ufanaban de ser muy cultos, ello por la influencia del turismo que año tras año llegaban a sus playas a recrear su descanso, que abundaba en personas y personajes de todas las nacionalidades.
En cambio los mediterráneos constantemente hacían gala del mantenimiento de las tradiciones culturales.
También existía, una rivalidad deportiva que tenía su mayor manifestación en los encuentros futbolísticos que año tras año se disputaban entre los equipos de los pueblos, y una política, dado que en época de contiendas electorales generalmente los triunfadores, eran de partidos políticos opuestos, tanto en uno o en otro.
En este contexto vivían José y Ana. José en el mediterráneo. y Ana en el costero.
José era un joven que había nacido en el campo. Alto, algo morocho y delgado. Sus estudios se limitaban al ciclo primario y era muy buen deportista.
Ana, rubia, delgada era muy culta con estudio secundarios completos y sus predilecciones apuntaban a la pintura la poesía y por supuesto la playa, por eso siempre se la veía bronceada.
Se conocieron en una fiesta popular.
Fue en la época en que se festejaba la fundación del pueblo costero.
José había concurrido con un grupo de amigos en busca de diversión, baile y alguna chica que le llamara la atención
Reparó en Ana no bien llego al baile con el que se cerraban los festejos, y se animó a invitarle a bailar. Quiso romper el hielo con una pregunta inteligente y solo le salió:
-¿Cómo te llamas?
-Ana ¿Y tú?
-¿Estudias o trabajas?
-Ambas cosas.
Así comenzó la relación. Hablaron y bailaron toda la noche, él de sus cosas, su vida y el deporte, ella de sus estudios, sus ambiciones y “su playa” como la denominaba.
A los quince días se vieron nuevamente.
-Te voy a mostrar mi última pintura, dijo Ana.
En el atelier donde concurría, le mostró un óleo.
-Se llama Tango
-¿Y que significa?
-Es un patio de un conventillo con el cafishio y las percantas.
-¿No entendès?
-No sé, esas caras
-Es neo-realismo.
-¿Qué es eso?
-¡ Cómo puedes ser tan rústico!
Rústico, esa palabra no le gustó a José, le cayó como una patada al estómago.
-¿Me quieres decir bruto?
-¡No rústico!
Al llegar a su casa de regreso lo primero que hizo José fue el consultar un diccionario.
Rústico: Perteneciente al campo o concerniente a él – Tosco, rudo, grosero.
-¡Ah No! Se dijo, ¡Que se cree esa pendeja mal parida!
La última vez que la vio fue cuando se desarrolló el encuentro futbolero entre los dos pueblos.
Estaba entre las muchas chicas bullangueras, tras del arco que defendía el arquero del equipo costero. Él jugaba por el otro equipo.
Faltaban cinco minutos para finalizar el partido y estaban empatados uno a uno cuando el colorado envió un centro al medio del área penal y José con un impecable remate de cabeza logró. convertir el gol, que a la postre daría cifras definitivas al encuentro.
Finalizado, él se acercó a la tribuna.
-¡Nosotros seremos rústicos, pero somos mejores! Le gritó a Ana.
Luego escuchó de ella esas palabras que lo marcarían por toda su vida...
¡¡Andá, NEGRO BAÑADO EN CUNETA!!

 

 
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